Cuando embarqué en el avión con destino a Altenburg, Alemania, el miércoles pasado para tomar unas vacaciones, nunca imaginé que el domingo siguiente, yo y otros miles no podríamos regresar a nuestras casas. En cuanto llegué a Alemania, empezó una de mis aventuras más curiosas en Europa.
El aeropuerto de Altenburg es pequeñísimo, tiene el tamaño aproximadamente de una estación de autobuses en vez de un aeropuerto internacional. Mientras estábamos saliendo de la terminal, un oficial de aduana nos eligió para una inspección de nuestras maletas, probablemente porque nosotros dos somos extranjeros. La habitación para las inspecciones era como un armario, con nosotros y los dos oficiales, casi no cabíamos dentro. Como tenía unos paquetes de comprimidos vitamínicos, también comprobaron que no eran pequeñas cantidades de narcóticos. Poco después, salimos del aeropuerto y nos encontramos con nuestro amigo alemán Miguel.
El primer día de nuestro viaje, fuimos a la ciudad de Dresden, que al final de la segunda guerra mundial, fue completamente destruido. Ahora, es una ciudad muy bonita con grandes edificios y un río que cruza entre la mitad de la ciudad. Comimos comida típica de Alemania (Schnitzel, salchichas, y patatas) y bebimos mucha cerveza buena. Por la noche, salimos de fiesta con estudiantes de la universidad de Dresden.
Al día siguiente, condujimos a Praga (sólo dos horas en coche desde Dresden), la capital antigua de la República Checa. A pesar de un poco de mal tiempo, ¡disfrutamos mucha de la ciudad! Ya que sólo estaríamos medio día allí, contractamos una excursión guiada por los lugares de interés. La catedral, el palacio, y el puente de Carlos fueron los sitios más importantes. Estaba sorprendido porque mis esperanzas sobre Praga no eran muy altas, pero es una ciudad mágica y tiene muchas cosas para disfrutar.
Nuestra siguiente parada fue Berlín, la capital de Alemania. A diferencia de Praga, estaba un poco decepcionado porque tenía mucha esperanza en ver la ciudad pero en realidad, no hay mucho para ver. Dado que mucho de la ciudad fue destruido en la guerra, es una ciudad muy moderna. Los edificios del gobierno y los edificios públicos eran impresionantes, pero el resto no fue muy especial. Como Alemania del Este fue comunista después de la guerra y antes de la caída del muro de Berlín, la arquitectura es muy sencilla. Pero, sólo por estar en un lugar donde hubo tantos eventos importantes en el siglo veinte, mereció la pena. Vimos los restos del muro de Berlín y el monumento construido en honor de los judíos que habían sido asesinados en la guerra, y sentí mucho respecto por ver todo lo que antes sólo había leído en libros.
La experiencia más potente en todo el viaje fue nuestra visita a un campo de concentración cerca de Weimar. No tengo palabras para explicar lo que sentí cuando vi los horrores del Holocausto directamente. Ahora el campo es un monumento. Era muy tranquilo y verde, reluciente debajo del sol y el cielo azul, pero la memoria de lo que pasó allí 60 años antes nunca lo olvidáremos.
Nos quedamos la noche en la pequeña ciudad de Weimar donde muchos músicos y poetas vivieron como Goethe, Schiller, y Bach. ¡Es una ciudad muy pintoresca! Fue un buen cambio de medio ambiente después de las ciudades grandes. Además, fue en Weimar donde descubrimos que a causa de la ceniza volcánica flotando sobre todo Europa, todos los vuelos (incluyendo nuestro) eran cancelados.
Por suerte, encontramos a un hombre que iba a conducir a Alicante desde Frankfurt la mañana siguiente en una página web para gente que quiere compartir sus coches con viajeros. El martes, al cabo de 28 horas en coche, llegamos a Alicante a las 7 de la mañana, nos duchamos, y fuimos a trabajar. Todavía hay muchos pasajeros que no pueden regresar a sus casas ya que los vuelos acaban de empezar, y todos los trenes y autobuses están llenos y súper-caros. ¡Que el próximo viaje sea más fácil!